martes, 1 de junio de 2010

Una pequeña enseñanza

Las abundantes noticias sobre sacerdotes que han caído en acciones perversas en contra de niños y jóvenes nos tienen demolidos como católicos. Se trata de una desilusión muy profunda de la cual nos cuesta salir. Quizás lo primero que debemos esperar es que se haga justicia a las víctimas y que lo sucedido abra paso a un estilo eclesial más transparente, humilde y evangélico a todo nivel.
Nos cuesta llegar a la pregunta ¿Qué quiere Dios con todo esto? Y es que puede llegar a parecer una negación de los hechos. No va por ahí la cosa. Se trata más bien de una invitación a descubrir el valor escondido que se ha burlado en estos casos. Descubrimos varios: la libertad, la inocencia, la intimidad, pero existe uno que quizás los recoge a todos: la infancia, el ser niño.
Sí, se trata del ser y sentir de niño que Jesús proclamó como condición para entrar al Reino de los cielos, de la frescura y pureza de los pequeños, de la bendita fragilidad del hijo que Jesús encarnó y en cuya realidad nos llamó a vivir. Se nos olvida, por la insistencia que se ha puesto en los culpables, que las víctimas son niños o jóvenes desvalidos y que esa es la gravedad del asunto. Este es el agravante que por lo demás choca de una manera intempestiva con las enseñanzas evangélicas de Jesús.
Nuestro dolor y compasión sincero se transforma así en una llamada a rescatar el valor que representa el niño. Es una invitación al respeto de su ser frágil, confiado y lleno de esperanza. No por nada la Iglesia por siglos ha sido protectora de los niños, madre que acoge con respeto y amor. Podemos renovarnos en esta vocación. E ir más allá, descubriendo el valor que significa el niño para cada uno de nosotros. Se trata de legar a un ser y sentir de hijo que nos abra con las llaves de la ternura y sencillez las puertas del cielo, tal y como lo quiere Jesús y lo proclama nuestro carisma. Hermosa y sencilla enseñanza.

1 comentario:

  1. El mejor ejemplo de esa Iglesia maternal que acoge al niño desvalido y desamparado es, sin duda, María. Esforcémonos por ser esa Iglesia.
    gracias por sus palabras llenasd e sabiduría, padre

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