Las abundantes noticias sobre sacerdotes que han caído en acciones perversas en contra de niños y jóvenes nos tienen demolidos como católicos. Se trata de una desilusión muy profunda de la cual nos cuesta salir. Quizás lo primero que debemos esperar es que se haga justicia a las víctimas y que lo sucedido abra paso a un estilo eclesial más transparente, humilde y evangélico a todo nivel.
Nos cuesta llegar a la pregunta ¿Qué quiere Dios con todo esto? Y es que puede llegar a parecer una negación de los hechos. No va por ahí la cosa. Se trata más bien de una invitación a descubrir el valor escondido que se ha burlado en estos casos. Descubrimos varios: la libertad, la inocencia, la intimidad, pero existe uno que quizás los recoge a todos: la infancia, el ser niño.
Sí, se trata del ser y sentir de niño que Jesús proclamó como condición para entrar al Reino de los cielos, de la frescura y pureza de los pequeños, de la bendita fragilidad del hijo que Jesús encarnó y en cuya realidad nos llamó a vivir. Se nos olvida, por la insistencia que se ha puesto en los culpables, que las víctimas son niños o jóvenes desvalidos y que esa es la gravedad del asunto. Este es el agravante que por lo demás choca de una manera intempestiva con las enseñanzas evangélicas de Jesús.

El mejor ejemplo de esa Iglesia maternal que acoge al niño desvalido y desamparado es, sin duda, María. Esforcémonos por ser esa Iglesia.
ResponderEliminargracias por sus palabras llenasd e sabiduría, padre