lunes, 29 de marzo de 2010

Salud Estructural

Con las ácidas críticas de la columna anterior me debo haber ganado la antipatía de más de algún lector. No podemos dejar de decir, por vanidad o comodidad, la visión que tenemos de las cosas, menos aún cuando creemos que en ellas falta evangelio. Aún así me parece que hoy la perspectiva de la semana santa nos dispone a ver la realidad del terremoto en otra clave.
Celebramos en esta semana los misterios centrales de la vida de Jesús, nuestro Señor y amigo, nuestro hermano y redentor. Misterios que no son arcanos o palabras prohibidas, sino simplemente hechos de amor y verdad llevados al extremo de la entrega, y en los que nos renovamos. Jesús se entrega para ser torturado y muerto en la cruz, y en ese acto recoge el dolor y el pecado de toda la historia y lo ofrece al Padre. Su corazón inocente y puro solidariza con el nuestro que se encuentra herido por la culpa y el egoísmo. Este Jueves reviviremos su cena de amistad y entrega, su presencia que se queda con nosotros a través del pan eucarístico y del ministerio sacerdotal, que este año celebramos. Este Viernes reviviremos su muerte y nos uniremos a ella presentándole todo el dolor de estas semanas, la incomprensión por el sufrimiento de nuestro pueblo, la inquietud que hemos sentido por la destrucción que vemos por doquier, los pecados de nuestra historia pasada y reciente. Pero amaneceremos a la Resurrección, porque Jesús no permanece en la muerte sino que la vence porque el Padre acepta su entrega de amor. Queremos amanecer a la Pascua y ponernos de pie, resurrección es levantarse, y queremos que la esperanza de este Domingo nos inunde y sea una marea ruidosa de luz y calor que recorra nuestra tierra. Tenemos la oportunidad de celebrar este domingo una fiesta, la de Jesús, la de su invitación a ponernos de pie.

viernes, 5 de marzo de 2010

Daño estructural

5 de Marzo de 2010

Al inicio del año bicentenario de nuestra independencia como país, Chile ha sufrido una catástrofe de proporciones. El terremoto, maremoto y las réplicas han dejado centenares de fallecidos y heridos, destruido parte importante de los hogares e infraestructura y amargado el ánimo de millones de chilenos.

Se habla a cada momento del daño estructural que han sufrido miles edificios tanto públicos como privados, cada uno de nosotros conoce a alguien que se encuentra en serios problemas. Pero existe un daño estructural un poco menos tangible pero no menos importante, el causado a nuestra sociedad. La tragedia de origen geológico ha dejado sus huellas no sólo a ras de piso sino también en los corazones. Lo sabemos, lo hemos experimentado en carne propia y eso ha sido corroborado por los medios de comunicación.

Se trata del llamado terremoto moral que no sólo se muestra en el miedo a los movimientos telúricos, sino en mil otras réplicas de carácter psicológico y social. Psicosis y violencia han sacudido por días enteros parte de nuestro territorio movidos por un egoísmo del que cada uno ha sido presa de algún modo: ¿quién está dispuesto a tirar la primera piedra? Todo este dolor ha entrampado el ponerse de pie de muchos y dio la impresión de haber sido desalojados de una patria que siempre nos pareció henchida de fraternidad.

Ahora vienen los días de la reconstrucción y, esperamos, de la solidaridad. Por cierto desde la primera hora existen pequeños y grandes héroes que nos han animado a descubrir una misión de misericordia en todo esto y la vocación caritativa del chileno que tanto echamos de menos en las primeras horas. En el año del bicentenario estamos damnificados porque un terremoto echa por tierra edificios y corazones, carreteras y ánimos, fachadas y rostros. ¿No será una oportunidad para echar por tierra viejos prejuicios, temores, costumbres y egoísmos y construir una sociedad más justa, inclusiva y solidaria, para levantar un nuevo Chile para los próximos doscientos años y más? Decimos que el alma de Chile es María, que ella brille ahora más que nunca iluminando nuestras caras para dar esperanza a través de nuestros ojos, y que nuestras manos sean las de ella, que quiere ayudar al Cristo que sufre hoy. Nuestros jóvenes ya lo están haciendo.

El anhelo es que no sólo construyamos materialmente una casa,
sino que forjemos un hogar espiritual.
¡Reinecita, ruego por tu Chile!
Ahora que tiembla bajo estas embestidas. (Mario Hiriart)
 

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