martes, 17 de noviembre de 2009

Sosiégate...

En medio de los aceleres del fin de año que ya comenzó con su ruleta de luces navideñas e informes económicos de los que nadie escapa, hago un llamado a sosegarse.
Este imperativo de tranquilidad no tiene el típico carácter de queja estresada, sino uno más fecundo. Se trata de la necesidad que tenemos de serenidad para poder crear. Si queremos vivir la vida con sentido, si queremos hacer las cosas con gusto, si queremos obtener resultados positivos de nuestro trabajo y esfuerzo, precisamos de la creatividad y ella no nace sino en un ambiente de cierto ocio que no estamos dispuestos a permitirnos.
Si no me crees experiméntalo. ¿Se trata de ser más flojos? Sería un modo un poco simple de verlo. Padre, es que usted sí tiene tiempo... Sí, claro, cómo no. Más bien diría que nadie es tan imprescindible como para no dejarse unos cuantos minutos al día, o una horita a la semana, para desempeñarse como creador. Sí, en la quietud brotan las ganas de escribir, pintar, hacer el jardín y cocinar con gusto. Y qué buenos frutos nos rinden esas actividades, volvemos a la vorágine renovados, mezclamos contenidos sabiamente, se nos ocurren nuevas ideas. Gabriela Mistral en el fragor de su actividad pedagógica y literaria se dedicaba al jardineo. Lo aparentemente inútil de nuestra vida termina muchas veces empapando de sabor las más diversas dimensiones de nuestro día: estudio, familia, trabajo, quehaceres varios. La oración requiere de estos “tiempos muertos”. Ellos tienen más vida que la demasiada acción.
Nos descubrimos a menudo vegetando ante una pantalla, recibiendo y ordenando información, haciendo como que estamos en contacto con otros. A veces sería prudente tomar el tiempo que a aquello le dedicamos... no nos sorprendamos, pero tomemos medidas. Sosiégate, aprende a descansar con creatividad.

martes, 10 de noviembre de 2009

Comprar, comprar, comprar es un verbo que no tengo que conjugar

Cuando la vida nos sonríe vamos al mall y nos damos un gusto. Cuando llora la vida, vamos igual y nos damos un consuelo. ¿Quién de nosotros está libre del siempre vilipendiado consumismo? Lo sufrimos jóvenes y viejos, los de billetera ancha y estrecha, ricos y pobres, mundanos y consagrados. Y es que nuestro tiempo lo premia, y todos con gusto lo padecemos. Es una gripe que muta siempre de nuevo ofreciendo productos y promociones, una enfermedad de la que no acabamos de generar inmunidad.
Pero el comprar ¿qué contenidos morales tiene? Sin duda todo dependerá de las circunstancias. No podemos volvernos “talibanes” contra el mercado pues para subsistir y llevar una vida normal necesitamos comprar no sólo alimentos y vestuario, sino también un sinnúmero de bienes. El asunto es: ¿en qué medida somos conscientes de esas transacciones y cuándo escapan de la lógica de la justicia y el amor? La frase que titula esta columna me la dijo una señora con los pies muy puestos en la tierra, de una gran sencillez pero que, igual que todos, de vez en cuando perdía la cabeza por algún producto que no necesitaba realmente. Es un asunto de sobriedad, de proporciones y de evangelio.
En un tiempo que no acabamos de salir de una crisis económica internacional, cuando se apuran nuestros bolsillos y los estómagos de muchos, nuestro pastor el papa Benedicto XVI, ha escrito una encíclica que quiere hacernos reflexionar sobre las características del orden mundial que vivimos. Nos podemos quedar en los principios ahí expresados, pero la invitación del papa es a penetrar nuestra vida cotidiana para empapar de verdad nuestros vínculos descubriendo ahí nuestras faltas a la justicia y el amor. Nos podemos llevar una sorpresa si nos preguntamos ¿en qué se me va la plata? ¿porqué gasté en eso que no es imprescindible? No son estas preguntas una invitación a la tacañería, quizás por el contrario, quieren invitarnos a un uso más generoso del dinero, en mi hogar, familia, barrio, grupo, amigos, ciudad, iglesia. El P. José Kentenich nos mueve a construir un Nuevo Orden Social, la temática expresada en tono crítico por el papa no es ajeno a él. En medio de las relaciones monetarizadas de nuestra vida, hagámosle un lugar a lo gratuito y esperanzado, eso puede cambiar nuestro mundo.


 

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